Description
A nuestra generación nos toca, con decisión y también con ternura, hacer un ajuste de cuentas con nosotros mismos y con nuestro compromiso religioso y eclesial. Nos lo debemos a nosotros y se lo debemos a las generaciones actuales de la vida consagrada, y aún más a las futuras, porque estará bien que cerremos algunos procesos que nosotros iniciamos al menos hace cuarenta años.
En esta búsqueda nuestra, a veces ofuscada de muchos modos, lo primero ha sido siempre buscar a Dios. Lo hemos buscado en muchos nuevos intentos de hacer más transparente su rostro y de vivir de cara a Él en nuestra contemplación callada y en nuestras actividades más comprometidas.
Pero, sin duda, donde hemos hecho el descubrimiento mayor de nuestra búsqueda de Dios ha sido en el compartir generoso de nuestra presencia sencilla entre los últimos de la sociedad, entre los pobres y marginados de la historia. Al hacer el recorrido en nuestras ciudades, tan segregadas, y trazar el itinerario hacia las periferias, nos hemos descubierto caminando hacia el mismo corazón, pobre y humilde, del Señor.
El retorno de nuevo al mundo de la vida consagrada es como una búsqueda ardiente de Dios con una misión liberadora y salvífica; y por ello es consecuencia de una honda transformación interna, de haber sabido ponernos directamente en el amor, directamente en la herida, en el desconcierto, y haber descubierto ahí, en la zarza, al Dios escondido; en el rostro de Jesús, al Amado del Padre y el gozo de nuestro pobre corazón.