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No son pocas las personas que piensan que Jesús de Nazaret fue un personaje excepcional, y un extraordinario líder religioso, pero que nunca pretendió ser Dios, ni fue considerado Hijo de Dios por la primera generación cristiana. Y algunos añaden que fue «divinizado» debido a la intervención y a la presión de los emperadores romanos, y que solo por esta causa se decidió la Iglesia a confesar la divinidad de Cristo en el siglo IV. Bernard Sesboüé responde a esta mentalidad con una magnífica obra de síntesis, en cuyo primer capítulo expone claramente cómo los discípulos de Jesús y la primera generación cristiana creyeron que Él era Hijo de Dios y, por tanto, Dios en el pleno sentido de la palabra. En el segundo capítulo estudia la confesión de fe cristiana durante los siglos II y III; y en el tercero presenta el movimiento conciliar de los siglos IV y V, concretamente desde el concilio de Nicea hasta el de Calcedonia. De este modo pone de manifiesto la perfecta continuidad de fe entre el testimonio del Nuevo Testamento y el de los siglos siguientes y, finalmente, concluye que en este punto está en juego el corazón de la fe, su meollo irrenunciable.