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Durante milenios, las especies vegetales y animales han recibido escasa atención sostenida como temas de la teología y la ética cristianas por derecho propio. Al concentrarse en el dilema humano del pecado y la gracia redentora, la teología ha considerado que la doctrina de la creación era ante todo una obertura al drama principal, el de la relación de la humanidad con Dios.
¿Qué valor tiene el mundo natural en el marco de la fe religiosa? La crisis de la biodiversidad en nuestra época, en la que las especies se extinguen a un ritmo diez mil veces superior al natural, confiere a esta pregunta una acuciante importancia.
En «Pregunta a las bestias»: Darwin y el Dios del amor, Elizabeth A. Johnson sostiene que el mundo natural es un elemento intrínseco de la fe en Dios y que el cuidado ecológico, lejos de ser un añadido extrínseco, ocupa el centro de la vida moral.
«Pregunta a las bestias» lleva a cabo un diálogo entre la explicación del origen de las especies que ofrece Charles Darwin y el relato cristiano del inefable Dios de misericordia y amor referido en el credo niceno-constantinopolitano. La obra de Darwin El origen de las especies hace plena justicia al carácter natural de la vida trazando la aparición de esta mediante la interacción de ley y azar a lo largo de millones y millones de años y a través de miles y miles de kilómetros. El credo niceno-constantinopolitano da testimonio del Dios magnánimo que crea, redime y vivifica estas mismas especies en evolución, cimentando la esperanza en un futuro definitivo para ellas. Una explicación científica, un testimonio religioso: mi apuesta consiste en que el diálogo entre ambas fuentes –una en el ámbito de la razón, la otra en el de la fe– puede engendrar una teología que sustente una ética ecológica de amor por la comunidad de la vida que puebla la Tierra» (Tomado del Prólogo).