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En sus orígenes, el cristianismo fue considerado por sus contemporáneos paganos una innovación social peligrosa. La crítica de algunos miembros de la élite cultural, su temor a que la nueva superstición transformara radicalmente su forma de vida, deja traslucir que aquellas prácticas y valores se extendían incluso entre los grupos influyentes.
Sin embargo, a quienes se integraban en una comunidad cristiana esto les acarreaba numerosas dificultades: oposición familiar, desprecio social y hasta persecución política. Entonces, ¿qué encontraban en aquellas comunidades para que mereciera la pena soportar tantos inconvenientes?
El autor intenta dar respuesta a estos enigmas. Por un lado, describe el proceso de configuración de una identidad colectiva en el nuevo grupo religioso. Por otro, señala las peculiaridades (religiosas, culturales, éticas) que diferenciaban a este movimiento del contexto grecorromano, hasta el punto de parecer una extravagancia social.
Desde sus inicios, el nuevo estilo de vida cristiano deja sentir su influjo en Roma y en todas aquellas culturas con las que entra en contacto.