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Iniciarse y perseverar en la oración es tan difícil como encontrar un tesoro. Para lo primero se requiere la ayuda de un maestro que conozca por propia experiencia los caminos seguros para emprender la búsqueda. Para lo segundo son necesarios, además, los consejos probados de los Padres solitarios, que fueron llamados por Dios a este fatigoso trabajo. Sin su ayuda, seguramente el aprendiz se perderá por sendas que sólo conducen a sí mismo y a hinchar la propia vanidad.
Un monje ortodoxo del monasterio de Valamo, en la difusa frontera entre Finlandia y Rusia, fue recopilando durante años su peculiar filocalia. Pretendía trazar un mapa seguro que le ayudase a practicar la oración continua y a anticipar algunos de los peligros que acechan a quienes progresan en esta tarea, cuyo fin es la comunión con el Señor, con los hermanos y con uno mismo.
Aquella selección de textos que a él le había resultado útil ha orientado después a muchos que se han acercado a sus páginas. No es la filocalia tradicional, sino una filocalia moderna que, sin olvidar a los grandes maestros antiguos, se nutre de genios de la espiritualidad rusa como Teófanes el Recluso e Ignacio Brianchaninov.